Buenas a todos, como ya he escrito alguna vez y tenéis a bien saber, el sentido de la vista es el más esencial para el ser humano y probablemente a cualquiera que le preguntes te dará esa respuesta. Y pienso, sin mucho temor a equivocarme, que el segundo a considerar por importancia sería el oido. Curiosamente ambos son los que más tememos poder perder a lo largo de nuestra vida y con los que un mayor porcentaje de personas pueden tener problemas, la ceguera y la sordera son más frecuentes. Hay personas por supuesto que carecen de algunos de los otros sentidos como el olfato o la capacidad de saborear, a veces de manera conjunta, pero respecto al tema que quiero tratar no tiene relevancia.
El resultado de la prevalencia de estos dos sentidos hace que los humanos nos relacionemos, analicemos, conozcamos, gustemos, comuniquemos o mostremos una multitud de gestos y emociones. Este aspecto se puede ampliar a nuestros animales de compañía cercanos —perros y gatos principalmente— que conocemos por sus patrones de color, raza y sonidos que emiten, a animales de granja —cabras, ovejas, caballos— por los mismos motivos, pero la cosa se complica fuera de nuestra esfera domestica. Un bando de gorriones que habite el parque y del cual como mucho puedes discernir y separar entre machos y hembras o yéndonos a algo incluso más confuso, un campo de margaritas donde se aprecia con más facilidad el conjunto que las partes que lo forman. De esas individualidades, a veces tan intrincadas, me apetecía hablar hoy. De esos seres que a priori siendo irreconocibles en su colectividad, por un conjunto de factores variopintos terminan por ser diferentes y asimilables para mis ojos y pasan a formar una relación especial conmigo aunque de ninguna manera sea reciproca.
El águila pescadora
Las aves son el grupo de animales con el que probablemente he tenido más casos como los que describo y quiero empezar por uno del cual ya escribí una publicación hace tiempo, para no ser redundante simplemente voy a dejarla enlazada para que si a alguien que haya llegado después le apetece leerla la tenga a mano.
Mi vieja amiga
Llega noviembre; y normalmente llega también cada noviembre, aunque el anterior no tuve oportunidad de verla.
Los mirlos
“Más raro que un mirlo blanco”
Siempre me pierdo en el mare infinitum de los enlaces de wikipedia. Ahí leí que aunque es raro que un ave nazca con leucismo —falta de pigmentación en las plumas— los mirlos fueron casi un 30% del total de las aves registradas con esta condición —según un censo de observación en Gran Bretaña— por lo tanto el refrán queda parcialmente invalidado.
De esos mirlos blancos he conocido varios en mi lugar de trabajo y eso me ha facilitado diferenciarlos durante todos los meses que he podido observarlos y como es lógico también después de no verlos en años, percatarme de que probablemente ya no estén entre los vivos.
El pinzón
El tercer y último ave, para no estancarme en esta clase, fue un jovencito pinzón vulgar que habitaba un diminuto arroyo y que conocí en el año 2020 antes de la pandemia. Su característica individual que lo delataba era una de sus patas, que debido a una rotura o una deformidad de nacimiento, mantenía una posición adelantada al cuerpo cuando estaba en su posadero.
Unos compañeros y yo montamos un hide bastante precario con cañas y un par de redes de camuflaje para fotografiar las aves y apenas empezamos a usarlo cuando nos cayo encima el dichoso virus. Al finalizar el confinamiento y regresé al arroyo, arrojé un puñadito de pipas, esperé y tras una ristra de carboneros, jilgueros y gorriones se dignó a posarse de nuevo ante mis ojos para colmarme de alegría. Apareció en otras ocasiones pero por el calor del verano dejé de ir y le perdí la pista.
La orquídea
Aun siendo una planta común, solo conozco en mi pueblo dos ejemplares de ella, la orquídea gigante, Himantoglossum robertianum. Es la más tempranera del año, pudiéndose observar el inicio de su floración aproximadamente en la segunda quincena de febrero mientras la vara floral va ascendiendo poco a poco alargando su duración varias semanas. Desde que las descubrí se ha convertido en una tradición hacer la peregrinación a visitarlas cada año y hacerles una fotografía y pretendo seguir haciéndolo al menos hasta que al propietario del terreno donde se encuentran le apetezca cercarlo, lo venderlo o se construya. Nuestra relación tiene fecha de caducidad.
La cimbalaria
Emergiendo de balcones abandonados, bordes entre fachadas y suelos o tejados antiguos, la Cymbalaria muralis intenta sobrevivir a la construcción masiva, que le deja pocos espacios validos para su reproducción vital. Tengo varias localizadas pero sin duda a una de las que le tengo más cariño es a la de la fotografía, que malvive en el hueco de un escalón a pesar de los múltiples acosos de barrenderos y jardineros de pasarla por el escardillo y la tijera de podar. Últimamente tiene una amiguita al lado, quizá producto de sus semillas y por el momento está aguantando, alegrándome muchísimo cada vez que la veo y con la confianza de que sus raíces sean lo suficientemente profundas para aguantar los tórridos veranos y que vuelva a florecer cada año.
La salamanquesa
Me gustaría nombrar algún artrópodo también pero salvo alguna araña que aparece puntualmente en mi coche poco podría añadir así que para terminar y que no se alargue en exceso quería mencionar a esta salamanquesa común —que posteriormente se han convertido en dos— que vive de forma permanente en el cubo de basura donde guardo el material de riego del huerto. Llegar en invierno, fresquito por la mañana, abrir la tapadera y encontrártela refugiada del frío y la humedad en un lugar que tú le proporcionas —aunque no sea un elemento integrado en el paisaje— y la certeza casi al cien por cien de que está cuando la buscas, te asegura empezar el día con buen pie y en ciertos casos hay bonus como chinches o avispillas a su lado.
Hay más seres vivos con los que tengo una conexión, algunos arboles que se salvaron milagrosamente del incendio de Sierra Bermeja, aves que tienen su dormidero permanente en un árbol cercano, gaviotas a las que he visto crecer desde que eran un verdoso y punteado huevo hasta que emprendieron el vuelo. Todos formamos esa red que es necesaria para tener un equilibrio que hemos roto en mil pedazos. Respetar y conocer lo que nos rodea hace que surja esa empatía y consecuentemente una conciencia de pertenencia, integración y necesidad de habitar la naturaleza y no de estar por encima de ella con todos los abusos asociados a ese tipo de mentalidad depredadora. Ser parte del conjunto, y no hablo de manera “chamánica” o religiosa es un principio para empezar a reparar el desaguisado actual. Como colofón dejo un fragmento de Dersu Uzala, el libro de Arseniev sobre el cazador hezhen del este de Siberia que vivía de forma nómada integrado en las montañas, tanto que siendo el un hombre llamaba al resto de fuerzas de la naturalezas y criaturas del mismo modo para igualarlas.
Dersu, levantado antes que los demás, calentó el té. Era el momento en que el sol empezaba a aparecer. Al principio, como un ser viviente, el astro pareció emerger de las aguas, contemplándonos, para destacarse a continuación en el horizonte y ascender lentamente en el cielo.
—¡Qué hermoso! —exclamé.
—Es el hombre principal —respondió el gold, señalando al sol—. Si él pereciese, todo perecería alrededor. —Después de un corto intervalo, prosiguió—: El fuego y el agua son también hombres poderosos. Si ellos desapareciesen, sería el final de todo.
¿Tenéis vosotros una relación así con alguna criatura? ¡Si es que si, me encantaría leerla en los comentarios!
¡Hasta la próxima!
Oh! Una vez cuando vivía en Guadalajara, en un pueblo, había una gata que escogió mi parcela para parir, alimentar a sus cachorros y ,en fin, hacer vida. A los dos meses de parida, cuando sus cachorros ya eran medianos, me hizo una danza y me embrujo, a los dos días sus cachorros ya vivían en mi garaje, iban al veterinario, y comían a placer. Nunca se fue del todo y en una gran nevada que hubo entró en casa para no marchar más.
Ahora no, pero antes vivía en un último piso, un décimo, y venían muy a menudo urracas y gorriones de visita, a posarse en el tubo de la salida de humos de la caldera.
Me ha gustado mucho el detalle de la cimbalaria.