Cuando terminé la anterior ruta realmente pensaba que no iba a pisar mucho monte hasta otoño, con la excepción de darme algún baño en el rio, pero súbitamente, tuvimos un día lluvioso el 23 de mayo y mi pareja me avisó a última hora de la tarde de que al día siguiente el calor iba a remitir y que a partir de ahí las temperaturas subirían hasta el umbral en el que ya no me apetece darme una caminata. Por supuesto cogí el testigo y prepare cuatro cosas para salir volando bien temprano a la mañana siguiente.
Nos situamos entonces en el 24 de mayo, son las 7.45 de la mañana. Nada más salir del coche el viento de poniente me choca muy fresco en la cara, tanto que me pongo una chaqueta aun sabiendo que me va a durar 10 minutos. He empezado en el parque periurbano de los Pedregales, lugar de conexión con la ruta anterior. Este tramo tiene el mismo impedimento que el otro, que es que tengo que volver al coche dando un rodeo y no me permite avanzar en la propia montaña. Aunque tampoco podría de todas formas porque entraría en el Monte del Duque, una finca forestal a la que no se puede acceder con vehículo, esa me la reservo para la tercera etapa, la más extensa.
Dejo el coche en el carril y avanzo por una pista forestal llena de rocas y ya me quedo mirando las plantas, en especial los grupos de clavellinas (Dianthus boissieri creo recordar) que tienen un olor intenso pero suave a la vez. A estas acompañan otras plantas de los roquedos de Sierra Bermeja como la endémica Alyssum serpyllifolium spp malacitanum o la Linaria tristis.
El primer arroyo que nos encontramos es el del Infierno —Sierra Bermeja tiene dos con el mismo nombre— un barranco precioso y abrupto que se eleva hasta la cumbre de Los Reales y que a pesar de la alta pluviometría de este año va algo corto de agua por lo que lo cruzo sin la menor dificultad y sigo por la misma pista, tropezando con muchas clavellinas hasta en el medio del suelo. De repente el camino se divide, uno da a una cancela hacia el polígono de Casares, el otro es literalmente un cortafuegos muy pendiente y que ha sido recientemente removido por una maquina, como si la cuesta no fuera suficiente, la tierra esta muy suelta y se me entierran los pies tanto en la subida como en la bajada haciéndola más fatigosa. No está uno para estos esfuerzos tan temprano… además los graznidos de los cuervos parecen burlones hacia mi torpeza sobre el terreno.
Tras el dichoso cortafuegos el camino se convierte en un estrecho sendero que a ratos se difumina. Estamos entre dos mundos, dos muy distintos. Mirando a la izquierda está la planta de gestión de residuos, montañas de basura, camiones, maquinas, lixiviados, el viento arrastra basura y puedes encontrar papeles y plásticos en el sendero. Mirando a la derecha y hacia arriba el sendero es muy bonito, entre pequeñas subidas y bajadas, pinos, palmitos, lavandas y en el cielo, atraídos por toda esa vorágine de desperdicios, decenas de milanos que salen de los arboles cuando me acerco, buitres, cuervos y gaviotas. No pasa demasiado tiempo hasta que me percato de un sonido a mi izquierda, tras unos palmitos; miro con curiosidad pensando que era algún ave pero veo la mitad trasera de un gran jabalí. Me da tiempo a hacerle una mala foto y tratando de ser muy cauteloso doy unos pasos para dejarlo atrás cuando siente mi presencia y gruñe avisando a el resto de los individuos. En ese momento me quedo paralizado, se empieza a levantar polvo y solo espero que no embistan hacia mi porque no tengo ningún lugar por donde escabullirme ni escalar, por suerte, sin siquiera verlos los escucho alejarse tras de mi —calculo que eran unos 4—, y con los nervios de querer salir de esa tramo pierdo el camino.
Al cruzar uno de los ramales del Arroyo Enmedio la senda desaparece, me da otro pequeño susto un milano que sale de detrás de un arbusto, a un par de metros de mi. Como sé en que dirección ir escalo un poco por las piedras para ver si puedo divisar la continuación. Mientras escalo escucho un aleteo muy fuerte, a poca distancia un inmenso buitre ha alzado el vuelo sobre mi desde un pino, debe ser bastante mayor pues sus plumas están desgastadas y tiene huecos en sus alas y cola. Hay muchos huesos por todos lados, restos tanto de recoger los buitres trozos de la planta de residuos como del cercano muladar donde se les alimenta de vez en cuando.
Y efectivamente desde la altura encuentro una trocha sin hierba, probablemente de merodear los propios cochinos, pero que tras zigzaguear un poco y rasparme con los tojos me hace llegar al sendero original ya balizado. Relajado por ir por donde debo disfruto del vuelo de las abundantes aves que he mencionado y llego a una nueva pista forestal, que esta vez nos lleva al Valle de la Acedía. Desde aquí se ve muy bien el Cerro del Águila, fácil de distinguir por su brusco corte y por estar muy blanco en comparación con los alrededores ya que es un posadero de buitres y está repleto de sus heces.
Por suerte ya dejamos el basurero atrás y podemos centrarnos en las bellas vistas de Sierra Bermeja, conforme vamos subiendo hasta el nivel del carril principal del Valle de la Acedia se van perdiendo de vista los milanos aunque todavía queda alguno rezagado por las zonas más internas. El sol de la mañana aun no calienta demasiado y se hace un repecho disfrutón con las luces y sombras que proyectan las aristas y la arboleda de la montaña. Pero echo en falta más insectos, recuerdo venir otros años en esta época y que estuviera plagado de mariposas, abejas, chinches o escarabajos y aunque aun quedan flores, en pocas de ellas hay alguna mariposa o un abejorro del género Bombus. Y al fin, cuando termino la cuesta llegamos a una de mis panorámicas favoritas, desde el flanco derecho del valle podemos verlo en toda su extensión.
El camino en el valle es sencillo y agradable, son unos 4 kilómetros de terreno bastante llano, solo bajando al final, además hasta llegar a la Garganta de las Acedias —nombre del arroyo en sí— voy casi en constante sombra. Mientras ando se escuchan las aguas caer desde el fondo a pesar de ser un arroyo poco caudaloso, pero al venir también casi desde la cumbre, tiene más área de filtración y su caudal suele aguantar todo el verano. También podemos encontrar paredes por las que se filtran las aguas y que aunque ya rezuman poco, tienen un chivato claro, los depósitos de magnesio al evaporarse, típicos de esta montaña, muy ricas en este elemento. Cuando diviso el arroyo el estomago me da el aviso de que hay que echarle algo, hago una foto del salto de agua, me siento en una roca y me como mi bocadillo y el café mientras un enjambre de escarabajos Gyrinus dan vueltas sin parar en el agua formando bonitas ondas en su superficie.
Nos ponemos en marcha de nuevo y elevo la mirada a mi derecha; en el año 1998 una avioneta con tres personas de nacionalidad alemana que contrataron un vuelo turístico por la costa del sol se estrellaron contra la montaña, resultando dos de los tripulantes fallecidos. Los restos de la avioneta siguen allí aunque cada vez menos claros por el efecto del sol y la lluvia y aunque se puede llegar al avión y muchas personas lo tienen como lugar a visitar es de difícil acceso. Este lado del valle es similar, solo que esta vez las vistas dan a los campos de Casares, al mar y al peñón de Gibraltar, que como pasa a menudo está cubierto de nubes por el efecto Foehn; hay una broma local que dice que los ingleses son tan especialitos que se han traído hasta el clima de su isla. También se puede ver unos trabajos de muy poca efectividad que se realizaron durante el franquismo, tras un grave incendio en 1966 y que hicieron a algunos alcaldes pidiera convertir la sierra en parque nacional. Estas labores se basaron en hacer un terraceo de las laderas para replantar pinos, pero hay claros ejemplos entre zonas con y sin terraceo de que no solo fue inútil si no que además fue perjudicial al alterar el poco profundo suelo de estas montañas.
Bajamos poquito a poco por la pista, en esta zona, más soleada, ya han florecido montones de Centaurea lainzii, una de las plantas endémicas de Sierra Bermeja, la verdad es que no había visto tantas juntas antes, las cabras, si no me equivoco, tienen la manía de comerse los capullos florales antes de que se abran y no es raro ver los tallos pelados sin nada al final. Y un poco más abajo llego al muladar de Casares, donde pocas veces he visto que haya carroña pero lo que si suele haber, como en cualquier paso de animales, son garrapatas, así que me alejo de la puerta para no estar cerca de las briznas de hierba que es donde suelen apostarse estos “simpáticos” animalitos a la espera de un ser bien henchido de sangre que les de su ración diaria.
Llegando ya de nuevo al rio y terminándose la roca peridotita empieza lo que antes eran las zonas cultivables y ahora, como en todos sitios, son chalets. Pero también se nota que la vegetación cambia, y todas las plantas a las que les es imposible adaptarse a esta roca viven a 10 metros de ella la mar de bien, Helichrysum stoechas, hinojo o avena. Incluso la arboleda varía súbitamente, pasando del pino al alcornoque y tras cruzar el rio, el alcornocal forma una zona sombría en la que crecen bastantes flores como Anarrhinum bellidifolium, Campanula rapunculus, Pulicaria odora, Campanula dicotoma o una de mis plantas favoritas Dorycnopsis gerardi, también hay una mayor presencia de aves, tanto en cantidad como en variedad, al menos eso intuyo por sus cantos, que es la mejor manera de reconocerlas si no las ves; pinzones, carboneros, agateadores, mirlos, ruiseñores, jilgueros, herrerillos, tienen una buena fiesta montada en este rincón. Terminando la breve sombra del alcornocal prosigue una zona más seca, el suelo está polvoriento y solo las plantas resistentes mediterráneas aguantan, acebuches, brezos, lentiscos o jerguenes, el cansancio se va notando un poco y es proporcional al menor interés que me profesa el paisaje, ya en 1 kilometro alcanzo la carretera secundaria que une Estepona con Casares y me queda un poco edificante retorno de 2 kilómetros y medio en los que me acompañan el canto de los trigueros en los antiguos campos de cereal, un canto muy reconocible y particular. Y eso es todo, regreso al coche pensando en la siguiente ruta, que esta vez si, tendrá que esperar hasta el otoño.
Canto de triguero - Giuseppe Platania
Muchas gracias si has llegado hasta aquí, como extra he dejado enlaces a todas las plantas ya que no quería saturar de fotografías la publicación y si tenéis interés en ellas están accesibles. Ha sido una publicación algo más extensa de lo que pretendía, pero espero que la hayáis disfrutado.
¡Hasta la próxima!
Muy bonito el paseo y muy instructiva la crónica. 😊
Menos mal que el encuentro con los jabalíes quedó en un susto. Es curioso, ahora que lo pienso, creo que nunca me he encontrado con jabalíes en la naturaleza. Siempre los he visto en el entorno de las ciudades.
Siempre interesantes tus textos.
👏👏👏
Pasa un buen fin de semana, Sacro.🫂