Voy a empezar hoy visualmente con cualquier foto que haya tomado de un paisaje.
Nuestro sentido principal, el que más usamos o al que más damos importancia es la visión. La fotografía está echa para observarla, para ver lo que alguien vio en algún lugar o lo que quería que viéramos, al menos esa sería la idea. Pero con la edición y los procesamientos también podría ser lo que nosotros querríamos ver (un mar extremadamente azul), lo que no podemos ver a simple vista (un macro de la estructura corporal de un insecto) o lo que sería imposible de ver (una fotografía de estrellas circumpolar). Esta foto está claramente editada, hay una exageración de las sombras y una sobrecarga de los tonos pardo-amarillentos, y el primer plano de los helechos da a entender que es un área húmeda. Todo para hacer sentir que es algún tipo de bosque fresco, uno tendería a imaginar el norte de la península o tal vez otra zona lluviosa europea, pero es el sur de Andalucía.
Ya con esa alteración la visión difiere de la realidad, de hecho el helechal ocupa una pequeña parte de este sendero, unos 50 o 100 metros lineales gracias a una espesa cubierta arbórea y su situación en la cara norte. Entonces ya el primer sentido, para el cual está creado este formato, no es fiel aunque siga produciéndonos placer observar estas imágenes. Pero mucho menos se sienten el resto de sentidos y de ahí parte este (trillado) tema sobre los sentimientos detrás de las imágenes.
Cuando enseñamos a alguien una fotografía en el móvil no lo reducimos solo a eso sino que contamos aunque sea mínimamente parte de la historia tras ella. No me refiero a la biblia en verso pero al menos algún dato; ‘Que bien lo pasé aquel día’ ‘Hacia un calor horrible’ ‘ Este gato suelta mucho pelo’. Cualquier referencia añade mas información a la foto y complementa la fracción de segundo que el obturador parpadeó.
La foto de arriba no muestra muchos datos y por eso yo la voy a ver de una forma diferente a como la ven los demás, yo voy a saber si ese día estaba contento o no, si tenia frio, si hacía viento, si olía a lluvia, si me clavé una roca en el torso al tumbarme en el sendero o si ni siquiera me tendí, si estaba solo o acompañado, si subía o bajaba, si estaba masticando una castaña, si es la primera que hice o si hice 25 iguales. No se puede usar las redes sociales y sus algoritmos como evaluadores cualitativos de nada, pero si obviamos por un segundo esos factores las fotos que emocionalmente he sentido mejores han podido ser poco apreciadas y otras que han sido llegar a un sitio, ver un insecto o una seta, darle al botón sin entusiasmo y seguir adelante han podido ser mas “populares” (dentro de que no tengo ninguna popularidad).
Y siguiendo esa línea de sentidos no sentidos…
El olfato: Repito este fragmento en una entrevista al periodista científico Federico Kukso, escritor del libro Odorama y causa de que escriba este texto:
Uno puede taparse los ojos, puede taparse las orejas pero el olor, aun tapándose la nariz, logra filtrarse e inmediatamente cuando olemos un olor, un aroma, una fragancia, sea rica o sea fea, tenemos una emoción, y esa emoción esta mediada por la memoria, por un rechazo o por algo agradable.
¿A que huele un bosque? ¿A que huele este bosque? ¿Qué hay aparte de esos helechos y esos difusos arboles? No olía a flores, no era esa época. Si olía algo a pinar, estando en el límite de Sierra Bermeja y siendo este el árbol mayoritario. Si no recuerdo mal olía a humedad, había salido a buscar setas tras unas cortas lluvias, a tierra y olía a la generalidad de la naturaleza, a cuando el aire no huele lo que esta fuera de esta, cuando no hueles la basura, el humo del coche, el asfalto o las baguettes haciéndose al pasar por la puerta de una panadería.
El oído: No hay excesiva cantidad de aves en estos bosquecillos aunque si habitan un par de mis predilectos, el herrerillo y el carbonero común, ambos cantaban con una melodía similar pero con un tono y una fuerza diferentes.
Canto de Herrerillo - Jacobo Ramil Millarengo
También sonaba un arroyo, en la zona mas baja del camino, algo lejos pero perceptible cuando hay silencios o como un fondo que al final acostumbras a añadir al silencio en si mismo. También algún balido de las cabrerizas junto al rio y los ladridos se su mastín ‘protector’ que es un trozo de pan. Los pasos de nuestro perro sobre la grava y las llamadas de mi pareja para que no se pongan en el encuadre de la foto terminan por adornar el trayecto.
El tacto: Mediados de noviembre, veranos cada vez mas largos que se hacen rogar para una persona amante del frio, pero al fin se puede soportar el calor que produce el cuerpo al andar. En esta foto seguramente hiciera fresco, ese fresco agradable para pasear pero que se empieza a retorcer y a expulsarte de la zona confortable cuando las cuestas arrecian. También sentía las rocas en los pies o en las rodillas si me echaba al suelo a hacer una foto. Por último una mano cálida que me agarra a momentos mientras caminamos.
Y ya para terminar el gusto, probablemente el menos importante y usado y que no explica mucho de lo que se podía sentir en el entorno en el antes y el después de lanzar la fotografía pero probablemente tuviera sabor a castañas y agua fresca. Porque todos sabemos que la mejor comida es la que cuando andas te vas encontrando y echándote a la boca. ¿Quién no se ha echado a la boca una deliciosa almendra caminando por cualquier paraje? Y seguro que con animo de seguir disfrutando en casa te has guardado una decena mas en el bolsillo que acaban en cualquier recipiente en casa aburridas, en el bolsillo del pantalón o fosilizándose en ese compartimento de la mochila que no sueles abrir…
En definitiva, cuando hagáis vosotros esa fotografía maravillosa que vais a guardar años y a mirar con alegría o nostalgia, recordad lo que había fuera de los limites de ese recuadro porque puede ser mas importante que lo que esta dentro de ellos.
¡Hasta la próxima!