Me desperté temprano el sábado. Durante unos minutos estuve pensando qué hacer. Las mañanas desde hace tiempo consisten en desvelarse por causa del maullido insistente de los gatos o de mi hija y suelen ser una sucesión de actividades monótonas y cuasi automáticas que dejan poco margen a la improvisación. Salir de la cama, ir al baño, fregar la orina del perro cuando le da por hacerlo en el pasillo, pasearlo después, comprar el pan, sacar a los gatos de la terraza y alimentarlos, etc., etc.
La tarde anterior tuve un dolor de espalda repentino que no me permitía ni andar, fruto de un trabajo en el que estoy sentado, al que me desplazo de ida y regreso sentado y unas aficiones que —esto por supuesto es voluntario— en ocasiones también me mantienen con el culo pegado a una silla.
Despojándome de todas mis obligaciones matinales decidí fortalecer un poco la espalda y salí a caminar con las primeras luces, algo ligero, un par o tres de kilómetros y teniendo lo que podríamos considerar campo un poco lejos, me contenté con subir hasta la zona más alta del pueblo, donde limita con solares aun sin construir, la autovía y la carretera que asciende a la sierra. El camino no está mal, comienzas subiendo una calle cubierta con un dosel de tipuanas, a mucha gente no le gustan, dicen que sueltan mucha suciedad, a mí sin embargo me encantan sus sámaras, cayendo mientras giran al son del viento y por supuesto me apasiona los suelos cubiertos de hojarasca, que en el sur naturalmente se dan menos. En el parque que tengo a mi izquierda ya se empiezan a escuchar las primeras aves. Entre las ramas de tipuana, las golondrinas trisan mientras cazan insectos a una velocidad y precisión de vértigo. Los gorriones, que desde la llamada revolución neolítica nos han acompañado para aprovecharse del cultivo de cereales, se pelean de buena mañana con sus estridentes chillidos.
Canto de gorrión común - Stanislas Wroza
En los céspedes de un lado a otro, antes de llegar a la ermita, saltan los mirlos. Cruzan la calle en vuelos rasantes, se pelean los oscuros machos; las hembras mas parduzcas observan mientras escarban en el follaje del suelo en busca de algún insecto para desayunar. Debe haber mas de media docena. He de reconocer que son una de mis aves favoritas, me gusta lo simple y lo humilde. Pero una vez llegada la época de apareamiento, a partir de finales de febrero, es un lujo escuchar sus preciosas melodías cuando aun el ruido del tráfico no lo embota todo. Tenía un conocido, Heberton, recientemente fallecido, que me preguntó que eran esos pájaros que cantaban por las mañanas, que les recordaban al sabiá, un ave de su Uruguay natal, del que emigró por la dictadura y habiendo sido represaliado. Resultó que ambos pájaros pertenecían al mismo género Turdus y que, efectivamente, el canto del sabiá y el del mirlo son similares.
Canto de mirlo - Garai József
Canto de sabiá - Jayrson Araujo de Oliveira
En el parque también, habitante de los arbustos, se halla alguna curruca cabecinegra, un pajarillo pequeño, ágil, gustoso de matas bajas donde construye sus nidos. Fácilmente distinguible, sobre todo el macho, con la cabeza entera negra y unos ojos rojos que se marcan poderosamente en su faz. Andando a su lado me detectó a mí previamente a que yo lo hiciera con él e inició su llamativo canto de alarma, intruso como era, aceleré algo el paso para no molestarle, no se debe poner a alguien de tan mal humor tan temprano.
Curruca cabecinegra - Jorge Rodal
Terminando la cuesta encontré la ermita, muy pequeña, construida se calcula que a principios del siglo XIX y a la que posteriormente se añadió una plaza en la que palomas y tórtolas arrullan y picotean el suelo en busca de cualquier alimento mientras los machos persiguen incansablemente a las hembras para copular. Si paras y observas un rato ‘el espectáculo’ puedes llegar a sentir pena de ver a la pobre hembra huyendo sin que ni siquiera la dejen comer. Como curiosidad, nuestra bien conocida tórtola turca es un ave que se expandió de manera aceleradísima en el siglo XX desde sus regiones originales llegando a España en los años 60 y ocupando todo el continente europeo en menos de un siglo.
Sigo hacia adelante, se suaviza la subida y ya pronto llego al lugar que quería, hace unos años aquí no había nada salvo unos antiguos depósitos de agua potable y un instituto, ahora lo recorre una avenida de cuatro carriles, otra de las ventajas del progreso. Por suerte al estar bastante apartado, los laterales de la avenida y los solares están llenos de hierbas adventicias y algunos arbustos y arboles, refugio y alimento de esas aves de los márgenes entre lo urbano y lo rústico, lo humano y lo silvestre. Por fin veo (primero escucho) a otra de mis aves favoritas, el carbonero común, cuyo canto incluso uso con mi pareja como forma de comunicarme. Está entre las ramas de un álamo pelado pero su canto con tres notas que se repiten es inconfundible.
Canto de Carbonero común - Jarek Matusiak
Están floreciendo ya algunas de las plantas tempraneras. El cardo Galactites, la alfalfa, las Fumaria o las margaritas Glebionis coronaria. Especialmente sobre estas hunden sus cabezas cual adictos algunos escarabajos del sudario y bajo los pétalos se esconden la araña napoleón o la cangrejo esperando la oportunidad sobre alguna abeja, me encanta revolver y mirar lo concreto porque siempre hay alguna sorpresa. No ves nada hasta que no miras, eso es algo que he aprendido haciendo fotografía, en 25m² puedes estar horas.
Se escucha un grupito de jilgueros a lo lejos, amantes de los cardos que están empezando a florecer, de ahí su nombre científico Carduelis carduelis pero que hasta finales de verano no podrán degustar. Pero no hay problema, las gramíneas y los insectos les cubrirán la primavera hasta que llegue el momento.
Camino finalmente de vuelta a casa. Los sonidos del resto de aves se van diluyendo, los herrerillos, verdecillos y estorninos se ven silenciados por los vehículos y en general ese ruido “neutro” que no te permite escuchar otras cosas. Vuelta a la “civilización” de la que nunca me he ido pero en la que se permiten vivir, de momento, una buena cantidad de emplumados seres.
¡Hasta la próxima!
Me ha encantado este post, gracias! Este último año he descubierto que me flipan los pájaros. Me encanta observarlos, distinguir la personalidad única de cada especie (los gorriones, tan gregarios, aunque asustadizos, suelen acercarse más al ser humano; los mirlos, quizá porque son más grandes, están más seguros de sí mismos; los petirrojos, en el norte, son los más descarados de todos...). Me encanta encontrar una especie nueva e intentar recordar todos los detalles para luego ir a googlear cuál puede ser. Aquí en Portugal descubrí hace poco a la Cyanopica cooki, rabilargo ibérico, que es una especie de urraca más pequeña y con tonos azules preciosos.
Súper coincido contigo en que puedes estar entretenidísimo con 25m2. Incluso con 5 metros diría yo.
Un abrazo!
Qué bonita carta, Sacro. Gracias por tomarte el trabajo de ilustrarla con imágenes y enriquecerla con los cantos de cada uno de los pájaros que te encontraste. Son todas ellas aves con las que convivo yo también por aquí, y que me gustan mucho. 😊
Al final, la Naturaleza no deja de estar por todas partes, aunque en algunos lugares cueste más verla.