Llevo tres semanas sin escribir una sola letra para Relatos de la Natura. También bastante que no entro a leer a las personas que sigo.
Textos comenzados que no encuentran el punto y final.
“No tengo tiempo”
Ha pasado una semana desde que habito solo la casa, solo rodeado de animales de cuatro patas. Llego del trabajo, almuerzo algo que necesita poca preparación en menos de lo que se tarda en hervir una tetera de agua, mientras, me siento en el ordenador y veo 10 minutos de alguna serie japonesa. La pauso para hacer otra cosa poco edificante en el navegador, pareciera que no pudiera ni estar quieto los 22 minutos del capítulo.
“No tengo tiempo”
Me levanto de la silla y me arrimo al sofá, apunto el ventilador a la mínima potencia hacia mí y me sumerjo en Hermann Hesse o en Terry Pratchett, el pesado viento de levante me aprieta las sienes y me hace sudar mientras la protagonista de Ritos iguales corre haciendo magia por las montañas nevadas o Johann Veraguth huye de una tormenta de verano en Rosshalde.
Que me gustaría estar ahora en un sitio fresco, quizá en lo alto de la montaña de mi pueblo se esté mejor, miro el reloj, las 7 de la tarde.
“No tengo tiempo”
A las 9 preparo el hatillo para trabajar al día siguiente: dos rebanadas de pan, una botella de agua fresca y alguna fruta; pantalón, camiseta, calcetines, riñonera, todo en la entrada, que no tarde demasiado en prepararme por la mañana; tengo que pasear al perro, ir al baño, lavarme los dientes, alimentar a los gatos y conducir una media hora. Una vez termino de preparar todo, me ducho, como cualquier cosa y ya son las 10. Poco más puedo hacer que irme a dormir.
“No tengo tiempo”
Un día más regreso de trabajar. Misma rutina. Alimentarme. Leer un poco. Vuelvo a mi ordenador, leo las noticias. Los sionistas han vuelto a asesinar a no se cuantas personas. El mediterráneo está hirviendo. Todo sigue su maldito curso.
Comienzo algún videojuego, paso una hora con él y lo cierro. Miro un listado que preparé de tareas para el verano. Revisar las fotografías de naturaleza para eliminar duplicadas, movidas o desenfocadas, aplicar silicona en alguna ventana, plantar unas macetas. Hago las fáciles, me vuelvo a leer, ya luego sigo. Los gatos me empiezan a pedir comida. Son ya las 8 de la tarde.
“No tengo tiempo”
Vuelvo del trabajo con prisa para nada, llegar 3 minutos antes para perderlos mirando cualquier cosa intrascendente en el teléfono.
Pienso que no leo mis suscripciones de Substack porque he leído ya muchos libros esta semana y estoy saturado. Autojustificación.
No hago las tareas que me pedí porque hace calor y cuando el calor amaina ya es tarde.
No visito a un familiar porque estoy ocupado; ocupado en nimiedades como perderme en algún video de YouTube.
Llega el fin de semana, los animales me despiertan con las primeras luces. Tengo todas las horas del mundo. Desayuno, limpio la casa, paseo, leo, juego, sesteo antes de almorzar ¿y luego? El vacío de tener un exceso de tiempo libre sin mi pareja y mi hija cuando justo antes de marcharse pensaba en todo lo que podría hacer, lo que se me antojara.
“¿No tengo tiempo?”
Soy un defensor de no hacer nada, de no buscar la razón para la diversión o el descanso y eso es lo que intento practicar, pero antagónicamente trato de hacer las cosas con prisa, a veces consciente, a veces inconscientemente. Me lanzo a la cama a disfrutar de las olorosas y amarillentas páginas de una novela de segunda mano mientras hago cálculos casi enfermizos de cuantas seré capaz de devorar antes de que vuelva a no tener ese tiempo. Entro en webs que calculan la duración de los videojuegos y en base a eso los empiezo o no.
El reloj de la lavadora, de mi muñeca, de mi escritorio, de mi coche, de mi smartphone, conspiran para tenerme siempre informado de cada movimiento del segundero. Da igual engranajes físicos que digitales. Y tal vez en la contradicción es donde haya que aferrarse a una voluntad firme de agarrar con voluntad el tiempo y moldearlo, adaptarlo y domarlo. Este texto viene para mí, como un bofetón para espabilar. Sentado en el sofá, leyendo a
, pensé “ya es jueves, no he escrito nada, ya no me da tiempo para mañana y no se sobre que escribir de todas formas”. Efectivamente, coloqué ambas manos en el teclado, solté como esputos estos párrafos, mejores o peores, no me preocupa demasiado, solo para decirme que la realidad cristalina es que…“Tengo tiempo, solo que no debo dejarlo aplastarme”
¡Hasta la próxima! ¡Y gracias por aguantar mis desvaríos!
Hola Sacro Guerrero. El nombre te viene al pelo, eh? Yo tengo un truco cuando me siento abrumada por la sensación que describes y es hacer lo que se me pasa por la cabeza, que suele ser lo necesario y lo que debo, hacerlo sin paliativos. Te diré que te eché de menos
Buenas tardes, Sacro. Jajajaja!! Menuda sorpresa me he llevado cuando me he visto en tu relato.
Muchas gracias por tenerme en cuenta.
Pues sí, la vida es como una ruleta de hámsters que gira o la hacemos girar, en ocasiones a una velocidad de vértigo, atados al tiempo, subyugados a él...
En mi caso, llevo toda la semana trabajando de noches a temperaturas de más de treinta y cuarenta grados. Hoy temprano a la huerta para plantar cebollas, puerros, berenjenas, judías y algunas plantas de melón (aquí vamos más tarde que por el sur). Ya hace decadas que me deshice del reloj de pulsera, pero el tiempo me mata...
Un abrazo, mil gracias. Pasa una buena semana.
🫂💪🏻