Las gotas repiquetean en el xilófono de las lozas del alfeizar mientras los párpados chocan sin batallar en la tregua de los sueños. Milisegundos, o tal vez horas más tarde la bella salamandra, brillante de amarillos y negros, me guía por el cañón rojizo, donde blancas flores de saxifraga penden de las rocas reverdecidas de olivino tras milenios de meteorización.
Sopla una brisa fresca que agita el vello de los brazos y que desprende varios pétalos de una impertérrita adelfa, rosados pálidos caen al pie de nuestro acompañante, que nos mira y bajo sus insondables ojos penumbrosos parece que sonría. Desea llevarme hasta la cascada. Aun queda trecho.
Mirando a los alrededores tratando de buscar la mejor manera de alzarme con éxito hasta el hito de las aguas, me fascina la cantidad de culantrillos que pueblan los recovecos de las piedras y como, poco a poco, van dejando caer gota a gota las emanaciones que la montaña tiene en sus adentros. Como una madre que no quiere dar en exceso para no encaprichar a sus hijos, así ofrece el líquido transparente a través de los dedos de los helechos, a toda criatura que viva sobre o bajo las aguas del torrente.
La salamandra va a la cabeza, con agilidad sorprendente sube trepando los obstáculos de la ruta y la sigo sin temor, como si el orden natural de las cosas lo quisiera así y no dejara hueco para la duda. Pero llegamos a un salto considerable, con una preciosa poza de aguas claras que nos recibe amablemente. La salamandra se detiene a un palmo del agua, cierra sus ojos infinitos y comienza a destellar, unas pequeñas luces la orbitan, como pequeñas luciérnagas, coloca una pata en el agua, luego la siguiente. Cuando tiene las cuatro, flotando en la placida charca sin hundirse, solo generando pequeñas perturbaciones circulares en sus superficie, gira la cabeza y me invita a seguirla. Acepto por supuesto.
Tengo los dos pies sobre la charca, no puedo creerlo, los pececillos tratan de picotear en mis pies desnudos sin éxito al estar yo en una esfera superior, las larvas de las libélulas suspenden su caza por la curiosidad y los zapateros, ignoran desdeñosos mi paso por las aguas, ellos llevan haciéndolo toda su existencia sin tantos aspavientos. Cruzamos la charca superando además el salto de agua con facilidad, me encuentro más ligero, como los juncos y las finas ramas de sauce que se reflejan en las orillas.
Pareciendo conocer que el final se acerca, cual espíritu del bosque, el anfibio despliega todo su potencial, haciendo gala de los recursos que ofrece la inconsciencia y nos hace levitar a ambos, atravesando el cañón, las sombras rompen el aluvión de luz del sol. Se acerca la cascada ¿Qué habrá en ella? ¿O es el deseo de que lo haya? Por desgracia nunca lo voy a saber, un ruido indistinto me desvela y por mucho que reviva toda la trama y me esfuerce por atravesar la misma puerta, la salamandra no va a regresar. De momento.
Los sueños me recuerdan a un cubo de piezas de montaje de juguete. Tus vivencias, recuerdos, experiencias, conocimientos, lecturas o expectativas son los bloques que luego la inconsciencia monta cada vez de una manera diferente para deleitarnos, advertirnos, darnos lecciones y, a veces, regalarnos deseos para arrebatárnoslos de manera despiadada. ¡Soñad con precaución!
¡Hasta la próxima!
Vaya! Que bellas palabras
Un relato muy poético, que acompañado de las fotografías realzan, aún más, la belleza de la narración.
Te felicito.
Un abrazo, y pasa buen fin de semana 🍀😃🫂🫂