No me gusta la poesía, así de categórico, nunca me ha llamado la atención. Recuerdo que en el colegio (o instituto) nos hicieron leer las Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Becquer para después preguntarnos en una suerte de examen sobre la obra.
Las Leyendas si las leí con algo de interés, la del Monte de las Animas fue mi preferida, teniendo alrededor de 13-14 años casi que me evocaba a un relato de fantasía. Sin embargo las Rimas desfilaron ante mis ojos sin pena ni gloria, como cuando un camarero de un bar de los típicos sin carta te recita los 35 platos de pescado que ofrecen a toda velocidad y cuando va por el séptimo eres incapaz de recapitular cuales han sido los 6 anteriores. Un desastre.
También tengo esa sensación de que la poesía es antigua, arcaica, un sistema de transmisión que te permite decir más con menos. Y no es solo una sensación, objetivamente, si nos remontamos a la clásica Epopeya de Gilgamesh ya tenemos narración en verso, que a su vez era un compendio de unos poemas mas antiguos del pueblo sumerio, el inicio de la escritura ya fue así.
Y a día de hoy la prosa está tan extendida en todo tipo de escritos que tal vez, alardeando de ignorancia, no sabría nombrarte a un poeta contemporáneo mientras miles de escritores de prosa en decenas de géneros pueblan las mentes de todos nosotros, incluso sin haber leído ninguno de sus textos. Los clásicos, igual que al señor Becquer, nos lo metieron a carretadas en las clases de lengua y literatura y hay otros más contemporáneos que alcanzan el nivel de superestrellas por sus propios medios.
Hará unos meses adquirí de segunda mano un par de poemarios cortos de escritores de la Serranía de Ronda para volver a intentarlo y aunque alguno me gustó no fue por otra cosa que por mostrar amor a la naturaleza que tengo a mano y soy capaz de imaginarme mientras leo las cortas estrofas. Algo tan cercano a mis posiciones tenía que captar lo interno de mi mente.
¿Y a que vienen estas historias? A que en Febrero de este año, tras meses de sequía, en la madrugada tardía, tal vez a las 5 o las 6 escuché el tronar de una tormenta y me desvelé un poco, lo justo, sin abrir los ojos, descansando pero consciente. Me hubiera quedado dormido al instante de no ser porque unos mirlos estaban cantando a la vez que empezaban a caer unas gotas y ese sonido me agarró por la solapa en la semiconsciencia y me hizo imaginar lo que no podía ver, ayudado de lo que si podía escuchar. Y para mi sorpresa, la descripción mental y sonora me hizo pensar en verso. Y cuando hube formado algo con sentido y estaba casi dormido de nuevo tuve el impulso de despertar, escribir en las notas del teléfono lo que había recitado entre mis sinapsis porque al poco tiempo iba a desaparecer de ellas y quedó esto, que para mi tiene algo de valor porque, tal y como la poesía de otros debería hacer conmigo sin conseguirlo te convierte en palabras sensaciones.
Canto de mirlo - Dag Österlund
Cantan los mirlosLos escucho desde mi ventanaUn relámpago cegadorAtraviesa mis párpadosAun cerrados en la camaLuego el furioso truenoAnunciado la tormentaNada de eso los molestaLos mirlos cantanUn segundo rayoParte en dos el cieloLas nubes se desgajanEl agua moja el sueloY los mirlos cantanDueto de luces y estruendoDe agua repicando y vientoExplosiones en el techo del mundoY aunque ahora no los sientoCreo que los mirlos cantanAl fin escucho mas atentoSigue cayendo de truenos la andanadaPero bajo las gotas y aguantando el alientoSin duda ahí están en su propia algazaraE inflando sus pechos sobre su atalayaSe escuchan en todo momentoCantando los mirlos
¡Hasta la próxima!