Escribo esto un día cualquiera de agosto, con un viento de poniente ardiente, por supuesto algo mas leve que el tórrido e inaguantable julio, especialmente para alguien que ama el frío, pero pese a todo cae plúmbeo sobre mi cabeza.
Tengo varias opciones para hacerle frente, algunas son tan rápidas en hacerse como en evaporarse, literalmente, como darme una ducha de agua “fría”, el depósito del agua en la azotea a pleno sol no ayuda nada. Tal y como salga de la ducha, este 40% de humedad va a sorberme el agua del cuerpo igual que una orilla de gravilla se traga las olas que rompen.
Otra opción es ir al mar. Pero mi pueblo ya no es mío, y la verdad no me agrada demasiado meterme en una playa abarrotada de turistas, con las corrientes frías que trae este viento, la arena tratando de introducirse debajo de mis párpados, sin poder poner una mísera sombrilla ya que acabaría volando y ensartando a algún guiri al puro estilo ‘justa medieval’ y llenando todo de arena al llegar a casa.
La última opción es buscar un sitio fresco, vacío, tranquilo y agradable. Abro el navegador, me voy a la web de los datos climáticos a tiempo real de la costa andaluza. Ahí está, la cima de mi montaña, 10-15 grados menos que a nivel del mar.
Pero el sol pega y la verdad no me apetece darme una caminata así que lo que se me ocurre es llevarme uno de los tres libros que tengo empezados y tratar sin distracciones de darle, como se dice por aquí, un palito a la burra.
Ah, el núcleo de este texto, donde es el lugar o el momento mas idóneo para leer sin esas llamadas actuales a lo breve, a la notificación de la red social, a la interrupción de una conversación, al ruido diario del exterior e interior, al calor, a la incomodidad de una mala postura, a sentirte mal porque estas dejando a un lado alguna tarea tan tan esencial que en realidad podrías realizarla en cualquier otra ocasión, al querer hacer otra cosa porque se acumula el ocio e incluso al fin y al cabo a leer a la bulla porque quieres terminar para seguir con otro.
De pequeño pues se lee donde se puede, no tienes tanta capacidad de movimiento. Te vas al sofá, a la cama o al suelo. Si acaso al banco de enfrente, si eres capaz de aguantar el no hacer otra cosa como ponerte a correr y coger caracoles en el jardín.
Cuando me compré el libro electrónico ocurrieron dos cosas, la primera que la luz frontal me permitía leer de noche pero lo mas común es que me durmiera antes de la segunda pagina y la segunda es que me aficioné a llevarlo encima para los ratos muertos y me acostumbré a desayunar como un rayo en el trabajo y aprovechar los otros 25 minutos para, sobre todo en esos tiempos, beberme casi toda la saga de La Fundación, desde ‘Yo, robot’ hasta ‘Fundación e imperio’ que no pude acabar por agotamiento. También leí la que hoy en día es la obra de ciencia ficción que mas me ha gustado, que es la de ‘Los Cantos de Hyperion’ con un mundo riquísimo, una plétora de personajes excelentemente escritos y una historia compleja y fascinante. Recomendadísimo.
Y actualmente, coincidente además con mi vuelta al papel al final descubres que a veces es difícil leer donde quieres y que acabas haciéndolo muchas veces ‘obligado’ (y menos mal) por las circunstancias, tanto buenas como malas. Y ahora si, voy a poner mis casos de los últimos años de los lugares y situaciones que me han hecho devorar libros.
Hungría:
Mi pareja es de ese país de Centroeuropa, las primeras veces que fui allí era invierno y creedme, para un amante de la naturaleza, ver esa desolación invernal fue chocante. La zona en la que vive, como gran parte de la Llanura Panónica son campos de cultivo, miles y miles de hectáreas que normalmente hacen crecer maíz, girasol o trigo, pero que en invierno son campos de suelo pelado. Eso, sumado a los arboles caducifolios que se erguían sin hojas, a los días grises y las ciudades o pueblos también decoloridos eran el caldo de cultivo perfecto para devorar libros, a falta de cualquier otro entretenimiento y que estar en la calle era bastante amargo. Así que a eso me dediqué. Luego en verano también se disfruta una buena lectura, intercalando con alguna salida al bosque en busca de insectos.
Hospitales:
Yo aparentemente estoy sano como una pera, pero estos últimos años pues entre mi madre, mi pareja y el nacimiento de mi hija he tenido que pasar horas en los hospitales. Y no pocas. Así a ojo de buen cubero calculo que habré estado en el último año entre 10-15 días en el hospital, algunos de ellos en las salas de esperas de urgencias, horas y horas muertas, con menos posibilidades que en el paramo invernal húngaro pero con un buen taco de papel en las manos. Confieso que he llegado a sentirme con ganas de ir al hospital, especialmente durante algún bloqueo lector o cuando ya esta cogiendo polvo algún volumen en la mesita de noche pero estoy cansado para un rato de lectura antes de dormir. Y fue en un hospital donde leí casi en su totalidad uno de los libros que mas me han gustado este año, Dersu Uzala de Vladimir Arseniev.
En el transporte:
Aquí podría poner el metro, pero no existe por estos lares, podría poner el tren, pero no existe por estos lares, el avión, pero no es algo que particularmente use demasiado, así que lo que me queda es el coche. ¡No conduciendo! El coche es un lugar como cualquier otro para pasar páginas y páginas, tiene su sillón, si te apetece puedes hasta reclinarte y sacar una pierna por la ventanilla. Si llevas a alguien a algún lugar que te desagrada (hola centros comerciales) puedes quedarte leyendo en el coche o tal y como explicaba antes que hacia en el trabajo, o yendo a algún espacio natural mientras por la puerta entra la brisa. Hay mil excusas para que sea un sitio ideal y a no ser que quieras fundir la batería escuchando música tampoco tienes otra cosa que hacer.
Y no hay que olvidar que por desgracia ahora todos llevamos un ordenador en nuestro bolsillo y hay que tratar de pasar por encima de el sea cual sea el caso, es la mayor distracción y la causa de nuestra baja capacidad de concentración, especialmente en niños así que generalmente si lo apagas o silencias te ahorras tener media mente en el texto y media en la pantalla.
Y ahora os pregunto ¿Dónde leéis vosotros? ¿Cuáles son vuestras circunstancias? Sigo pensando si subir al campo al escribir esto (fui al día siguiente) y creo que viene al pelo esta cita de Cicerón.
Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín ya no os faltará de nada.
¡Hasta la próxima!