Hace unos días encontré buceando por algunas editoriales alternativas un libro llamado Los últimos niños en el bosque cuyas primeras frases de la sinopsis, si no os apetece entrar en el link dicen así:
Acampar en el jardín, ir en bicicleta por el bosque, trepar a los árboles, atrapar insectos, recoger flores silvestres, correr entre pilas de hojas de otoño… Estas son las cosas de las que están hechos los recuerdos de infancia. Pero para la generación de hoy en día, faltan los placeres de una infancia libre y sus hábitos conducen a la obesidad epidémica, el trastorno por déficit de atención, el aislamiento y la depresión infantil.
Como no podía ser de otra manera como naturalista y habiendo tenido una hija recientemente que espero que siga mis pasos en ese sentido, me lo agencié y lo tengo en el estante, en cola con los otros 15 o 20 que tengo pendientes, gajes de encontrar gangas de segunda mano.
El término déficit de naturaleza puede parecer trivial especialmente en la realidad patente de que mas del 50% de los seres humanos vivimos en ciudades y pareciera que estamos totalmente adaptados a ello pero la realidad es que genéticamente todavía vivimos en los campos aunque nos hayamos acostumbrado a vivir entre ladrillos, hormigón y asfalto.
Las adaptaciones genéticas son lentas en los animales superiores, un ejemplo de libro es la lactosa. Cuando los humanos empezaron a domesticar a los uros, el ancestro de las actuales vacas, dio comienzo el consumo de leche de otros animales después de la lactancia. Los humanos en aquellos entonces no producían la enzima lactasa, necesaria para la digestión de la lactosa (el azúcar de la leche), sería a base de continuar la lactancia materna con la leche de uros y de vacas posteriormente, como poco a poco ocurrió la mutación para que acabáramos adaptándonos a ese alimento y aún estamos en ello. Las poblaciones europeas son las mas adaptadas a estos azucares, entre un 70-90% los admite pero con el requisito previo de hacerlo con asiduidad, ya que sino corres el “peligro” de que tu cuerpo deje de producir la enzima y por consecuencia te vuelvas intolerante a los lácteos.
Tras toda esta disertación vuelvo al quid del post y es que genéticamente vivimos aún en la naturaleza. Estamos bajo presión constante del sistema económico, laboral y a veces también social, el estrés y la ansiedad campan a sus anchas y nos encierran en una carrera constante. Luego llegan para quienes las tienen, el periodo de vacaciones y muchos salen huyendo al pueblo, ese pequeño en las montañas, a los parques nacionales, a las playas o a otras zonas naturales. La naturaleza relaja, se dice que te carga las pilas, te sientes feliz entre arboles, bañándote en una poza en estío, subiendo a cumbres en invierno a disfrutar la nieve, pisando hojas de arboles caducifolios en los frescos otoños u observando anonadado la explosión primaveral florística. La pandemia fue un revulsivo, miles de personas se dieron cuenta que su vida no tenía mucho sentido tal y como era y escaparon al rural. Los que tenían posibilidad de teletrabajar descubrieron que lo mismo en un pueblecito de Castilla la vida era mas disfrutable (y barata) que en la mole de Madrid, Barcelona u otras megaurbes.
Quizá este anhelo por volver a la naturaleza no sea una ocurrencia individual, sino un impulso arcaico, del interior de nuestras células que bajo el pisotón inmisericorde de la vida actual nos imploran salir de esta realidad autómata en la que estamos inmersos y que tantas taras psíquicas nos produce.
Otro ejemplo, saliéndome por la tangente, aunque menos palpable seria el fenómeno de los videojuegos de granjas. A pesar de haber títulos previos que no desmerecen creo que el boom lo creó Stardew Valley y a partir de ahí la fórmula se copió en todos los estilos, colores, mecánicas y mundos posibles. El sueño de heredar una parcela, vivir en el campo, construir tu propia granja, tener tus animales, pescar en límpidos estanques y tener un pueblecito idílico al lado en el que conocerías a todas las personas y te relacionarías con ellas de igual a igual creando fuertes vínculos, ¿Qué queréis que os diga? a mi eso me suena a una especie de colectivismo autogestionado o al menos a una comunidad de producción de cercanía. En mi humilde opinión esto está también relacionado con ese afán de volver a las raíces, de una vida sencilla, solo que en la mayoría de los casos tu abuelo no te lega una propiedad en un valle de una aldea cántabra.
Y volviendo al déficit de naturaleza y enfocándome en los niños, veo de extrema necesidad que cada uno de ellos sea un pequeño naturalista en potencia.
El conocimiento del medio te permite mil cosas. Integrarte en él, aprender sus complejas dinámicas, la vida que alberga y como se interrelaciona, el respeto por los seres vivos, la ausencia de miedos ilógicos como por ejemplo a los insectos. Si además tienes posibilidades de tener un espacio trabajable puedes conocer como cultivar alimentos, como funciona el suelo y regenerarlo, el uso del agua y otras muchas cosas.
Físicamente también es muy provechoso. El caminar por la naturaleza es por experiencia propia mas beneficioso que hacerlo por la ciudad. Partiendo de lo mas evidente como es la mas baja contaminación atmosférica, tenemos además la relajación tanto de los silencios como de los sonidos, la contemplación de paisajes cambiantes, de búsqueda de seres vivos y de retos de ‘quiero llegar hasta aquí’ no solo hace que camines mas sino de una manera mas valiosa y creo que con menos esfuerzo. En mi caso un paseo de media hora o una hora por mi pueblo/ciudad se me hace largo pero 10 kilómetros en la sierra son muy agradables e instructivos.
Así que para concluir esta entrada, si te duele la espalda y tienes un poco baja la moral, vístete, coge una botella de agua, un trozo de pan con queso y camina por tu espacio natural mas cercano, seguro que vuelves mas sano que cuando saliste.
¡Hasta la próxima!