Equinoccio, etimológicamente significa ‘noche igual’, ese (o mejor dicho esos) momento del año en el que la duración del día y la noche se igualan. El calor empieza a remitir, llueve más asiduamente, las plantas de apellido autumnalis asoman sus flores, los ciervos berrean y mi persona sale de esa letal estación llamada verano y que detesta con todo su ser.
Cada año me doy más cuenta que adoro este periodo aunque con el cambio climático se aproxime más a una cosa de calendario más que de realidad. En el sur de Andalucía hay casi que imaginárselo ya, aun así decidí recibirlo dando un pequeño paseo por un corto sendero pero que me encanta por muchas razones, especialmente en la época de las castañas.
Así que feliz otoño a todos.
Pues son las 8 de la mañana, he venido a mi lugar favorito en otoño. Paro el motor del coche, y abro la puerta antes de nada, la música instrumental que traía en el camino se detiene al sacar la llave de su hueco. Tal y como pasa cuando uno apaga la luz en la oscuridad, que al principio no ve nada y luego va adaptándose, ocurre con el oído. Tras unos segundos de aparente silencio las ondas sonoras van llegando. El arroyo de la parte inferior del camino corre entre rocas, mimetizándose con una suave brisa del oeste, el perro de la finca ladrando e intercalándose con el balido de las cabras, eso en la lejanía; más cerca, un mirlo dando su típico sonido de alerta y huida y un herrerillo cantando, además de otros pájaros que se intuyen en la mezcla. Un insecto zumba, probablemente un Bombus buscando alguna de las últimas flores que queden.
Los 15 grados del exterior me acarician las piernas en pantalón corto, una sensación de fresco que no tenía de hace meses ¿Cuándo fue la última vez que hizo menos de 20 grados? Me coloco las perneras largas por si tengo que echarme de rodillas al suelo a fotografiar algún insecto, me echo la mochila a la espalda, en el suelo crujen las acículas de los pinos y la grava. Respiro el limpio aire, miro al camino y mientras un pito real picotea algún árbol solo pienso en que estoy feliz de volver tras tantos meses.
Todo el camino es cuesta abajo, pero es corto, en unos 20 minutos está hecho, si no te paras a verlo todo claro está. Busco setas en los márgenes sabiendo que no hay, han caído 5 litros desde principios de abril y los jabalíes tampoco dejan un metro cuadrado sin hozar (en mi zona también se le dice jofar o ajofar). Tras la primera curva aparecen algunos árboles de castaño, como dije, estamos en el sur, aunque hay alguna hoja en el suelo, los erizos están tan verdes como las hojas y todavía queda al menos un mes para que empiece a tornar en los colores cobrizos que tanto apreciamos por la falta de otro árboles de hoja caduca en el terreno. Recolecto un par de hojas y busco alguna castaña aunque sea pequeña (solo encontré tres), quizá es algo interno, algo salvaje y antiguo, lo que nos hace ver un fruto seco en el suelo y querer cogerlo y comerlo en el momento.
Algunas plantas que ya me gustaría a mi saber como, resisten lo suficiente la sequía y el calor y nos muestran sus flores. La Calamintha, con un olor exquisito, es una de ellas, y aunque sus hojas están algo desmejoradas, las flores están en un estado perfecto. Paso los dedos por una de sus hojas, aprieto y me traigo la fragancia hacia la nariz. Pruebo también con algunas Lavandulas pero por lo que sea no tienen un olor demasiado intenso, apenas perceptible.
Me gusta este caminito tan corto por la variedad, un pequeño tramo de pinos, otro de alcornoques, otro de castaños, otro con olivos, en sombra, al sol, de ribera. Pero la sombra del castañar-alcornocal es muy agradable y es la que más me gusta, formándose por la sombra y la humedad sotobosques de helechos (Pteridium aquilinum)
Cuando pasas esta zona de sombra y hay más luz, los márgenes se cubren de lavandas (Lavandula angustifolia) y jaras (sobre todo Cistus crispus y ladanifer), muy lánguidas del extenso estío pero que seguro que tienen fuerza para mirar al cielo esperando unas lluvias que las estimulen. Unos torviscos (Daphne gnidium) en semisombra y la única que parece ser inmune a todo este torbellino de sequía y calor tórrido y florece como si la estuvieran regando día si y día también, la altabaca (Dittrichia viscosa).
Una vez pasas la zona más de solana y los poquitos olivos que hay plantados el paisaje botánico ya cambia poco con lo previo, entremezclándose todos los arboles y arbustos mencionados y empieza a llamar la atención las vistas a la ladera de enfrente, con la finca y la casita en la que no negaré, me haría una ilusión tremenda vivir. El arroyo corre por debajo, se escucha cada vez más alto. Y a la par, escucho movimiento de hojas y vegetación, y me acerco al borde del camino, el 95% de las veces que escucho estos sonidos tengo la ilusión de que va a ser un mamífero, un jabalí por ejemplo. El 95% de las veces es un mirlo escarbando buscando algún insecto entre la hojarasca, no me decepciono porque me encantan los mirlos y verlos buscar alimento.
Un par de petirrojos cruzan el camino y se posan en un pino, parecen la única señal de que efectivamente se aproxima el otoño, también me parece ver el movimiento característico de un colirrojo tizón aunque no puedo asegurarlo porque huye inmediatamente. Y por suerte observo una tercera ave mientras me agacho a recoger una piña, el herrerillo capuchino, algo más tímido que su primo el común.
Llego al final del sendero no sin antes desviarme un segundo a otro pequeñísimo arroyo que discurre paralelo, increíble que algo tan corto aun tenga un hilo de agua corriendo, esta sierra es tremenda. Y parándome a escuchar un poco más la concatenación de sonidos de los seres vivos e inertes que habitan en la zona me doy la vuelta y regreso al coche a comer algo y bajar de nuevo a casa con la satisfacción de haber disfrutado de corazón.
Había grabado varias pistas de audio con el móvil de los diversos pájaros pero el micrófono es pésimo y la mayoría no se escuchan a un nivel suficientemente alto para distinguir nada, así que os dejo las únicas dos en las que son perceptibles los sonidos.
El primero es el canto de un mirlo justo encima de mi cabeza, el segundo el pequeño arroyo que visite al final del paseo.
¡Hasta la proxima!