No es la primera vez que voy a Hungría, ni la segunda, ni la tercera, aunque si la primera en octubre y en la que he tenido mayor capacidad de explorar los bosques colindantes al pequeño y tranquilo pueblo de Nyárád en el que puedo considerar que tengo mi segunda casa. Y eso me ha traído alguna que otra grata experiencia bajo el brazo.
Tras un viaje con mas de un percance y que se me retrasó varias horas, llegué casi sin dormir a las 8 de la mañana, pero el tiempo (el atmosférico) que entraba por todos los sentidos me espabiló en un instante, lluvias, 10 grados al mediodía y viento del norte, buenísimas sensaciones. El día antes cuando me subí al avión teníamos unos ‘agradables’ 32 grados en la costa, así que, cosa no demasiado habitual, cogí un resfriado del copón pero que tampoco me impedía de hacer mis pinitos por los márgenes de la carretera, buscando la exigua vida florística que subsistía de las postrimerías del verano. De todas formas tomé un sobre tipo ‘frenadol’ made in Hungary que lo mismo contenía DDT contra virus o algo similar porque se me quitó lo mas grueso de golpe.
En el condado de Veszprém existen unos montes, que viendo lo que en Andalucía son los montes esto no pasaría de una serie de pequeñas colinas, que se llaman Bakony. Rodeados de campos de cultivo casi en absoluto, estos montes son una isla cubierta de densos bosques mixtos de hoja caduca. Sorprende, y en contradicción con el bosque mediterráneo sureño que suele tener una especie principal (el pino o el alcornoque por lo general) y múltiples arbustivas, que aquí es lo contario, se mezclan muchas especies de estrato arbóreo y una menor cantidad del arbustivo.
Por poner las que he visto, aunque falten algunas, se suelen atisbar al menos dos o tres especies de fagáceas (árboles de bellota) el roble común (Quercus robur) y el roble cabelludo (Quercus cerris), un par de especies de olmos, otro par de especies de arce (A. pseudoplatanus y el A. campestre), hayas, tilos, carpes y mas habitual junto a los ríos, álamos, fresnos o alisos. Preciosos sobre todo estos últimos. Además parcheando la flora caduca se alzan rectos y siempreverdes algunas coníferas de las que la mas remarcable podría ser la picea, que no es vista por nuestras latitudes.
Si hay un sentimiento y un pensamiento reiterativo cuando me internaba en las forestas de Bakony es que estaba en un BOSQUE, con mayúsculas, en lo que en el imaginario popular de cuentos, películas reales o de animación e historias tradicionales, es un bosque. Y no importa que no esté aislado sin rastro del ente humano, ni que no posea una extensión de miles de kilómetros ininterrumpidos de rectas columnas de madera y hojas cual taiga siberiana, eso es secundario. Cuando cruzas la linea mental de ese claro de hierba hacia las sombras húmedas y oscuras y los recovecos entre hojarasca, un telón invisible cae y estás en otra dimensión, algo así como ocurre en la película de El viaje de Chihiro cuando la miedosa chiquilla cruza aquel túnel a la tierra de los dioses mitológicos de la naturaleza.
No me extraña que exista todo ese folclore anglosajón y noreuropeo, a veces equívoco por supuesto e incluso sobrenatural sobre esas profundidades ignotas, haciendo bailar la realidad con la entelequia, donde por un lado se nos muestran unos peligros, lobos, brujas o la maliciosidad y antropomorfismo de los árboles muertos mecidos por el viento y por otro lado lo sagrado, la vida, el proveedor de alimento y sustento, de medicina y de criaturas fantásticas tanto beneficiosas como destructivas, pasando por todos sus grises intermedios, hadas, gnomos, duendes, dríadas, ents, leshiis o elfos.
Anduve por un camino que partía de un lugar llamado Huszárokelőpusztai, impronunciable si. Era la tercera salida y me rondaba la cabeza que había pocas posibilidades de hallar una Amanita muscaria, ese hongo tan particular y reconocible, rojo con pintas blancas y que aunque la fecha y las condiciones eran idóneas se escapaba a mi vista. Tras aproximadamente una hora de camino por una pista abierta al cielo, entré en una zona cubierta por el dosel arbóreo. Los camiones madereros atravesaban esas pistas como si fueran una autovía, a toda velocidad, no parecía que estuviera en un lugar muy salvaje. Seguí caminando mientras hacía paradas para observar los numerosos hongos de los laterales del camino hasta que llegué a un cruce que indicaba que a poca distancia se situaba el pequeño Lago Hubertlaki, también llamado Gyilkos (asesino en húngaro), aquí si se hace ya el silencio total.
El suelo esta cubierto de hojas secas y de agallas de los robles, bellotas y otros frutos y al poco de adentrarme por esta desviación encuentro una mancha de piceas en las que me adentro en busca de hongos que prefieran las coníferas. Aquí ocurre la magia. En la quietud del manto de acículas y bajo la oscuridad de las nubes, mientras admiro las rúsulas rojo vino, escucho el crujido de una rama, levanto la mirada y veo a lo lejos un grupo de ciervos escabulléndose entre los arboles, parándose a mirar de vez en cuando a ese intruso que anda sobre solo dos extremidades. Contarlo es casi para nada porque hay que estar allí y sentir la atmosfera del momento. Era como estar en un cuento en alguna época antigua.
Tras esta sorprendente experiencia continúo hacia el lago y ocurre el milagro unos metros antes, un jugueteo de la casualidad con mi mente. Pensaba ya, y esto es verídico, que tras haber salido al bosque en tres ocasiones y haber andado horas no había hallado una sola Amanita muscaria y que a pesar de haber disfrutado de todos estos recorridos se quedaba esa espina clavada. Como ya os podréis imaginar, unos pasos mas adelante, ni siquiera 10 o 20 segundos tras tener esos pensamientos un grupo de muscarias me esperaban, al borde del bosque, bajo unas hayas, no eran las más bonitas, ni estaban en un estadío perfecto para la fotografía, pero las había encontrado; en los últimos 100 metros de trayecto, en los últimos momentos en que me era posible encontrarlas, el bosque me había dado el gusto de tenderlas delante de mis ojos y di saltos al verlas y hablé allí solo (o les hable a ellas no se) ‘Si joder si, por fin, por fin’ mientras pateaba el suelo de alegría. Y este fue el resultado. Bakony proveyó lo que necesitaba mi espíritu, me dio hongos, arboles y bestias.
¡Hasta la próxima!